Cualquiera que no esté prevenido puede encontrarse en “prime time” alguno de los concursos que últimamente se han puesto de moda. Nos referimos a los concursos de alta cocina. Hace tiempo empezaron con aquel programa de Arguiñano, donde en principio no se explotaba a nadie, y, al menos resultaba simpático y a veces incómodo para el sistema. Después siguió Alberto Chicote y después continuaron (visto el éxito) con los masters chef en sus distintas versiones, incluyendo un master chef kids, que sólo por la presión que se mete a los menores tendría que ser perseguido por la fiscalía de menores. Pero son reality shows y todo está permitido por “nuestros fiscales y fiscalas”, demasiado ocupados en perseguir a raperos y a manifestantes incómodos.
Si algo caracteriza a estos reality shows es la presión que se ejerce sobre los concursantes, cuanta más presión, más audiencia, si se llega al insulto y a las lágrimas…record de audiencia.
Pero la realidad es igual, lo que hacen estos reality shows es normalizar el maltrato a un sector de la clase trabajadora que presta su sudor en bares y restaurantes (esos pobrecitos maltratados por la pandemia, que no han podido explotar a sus esclavos durante este periodo).
Se ha puesto de moda en algunos restaurantes de lujo el maltrato al personal de cocina o de barra por parte del jefe o la jefa, que aquí la transversalidad del feminismo burgués no hace distingos. Los clientes normales de estos lugares aplauden el maltrato. Una orgía de buena comida a precios desorbitantes con maltrato incluido a la clase obrera, si para colmo hay alguna lagrimita, el orgasmo del cliente es inmediato y la fidelidad para próximos eventos.
Frente a ellos solo cabe la rebeldía y la dignidad de clase. Si él grita en plena sala, tú más, si él te insulta le contestas, total, sólo vas a perder un trabajo, y el pago de un salario (en la mayor de las veces que no cubre todas las horas que se trabajan) no justifica la pérdida de la dignidad.
Un tema preocupante es que en España el número de suicidios aumenta sin parar, la clase obrera no puede dejarse llevar por instintos de autodestrucción. Estos casos de maltrato son denunciables a la inspección de trabajo, que, aunque está muy ocupada controlando papeles, también tiene que prestar oído a las denuncias por escrito.
Si tu jefe/jefa te insulta, te maltrata en la cocina o en la sala: denuncia. Mejor perder un trabajo con indemnización por mobbing que perder la vida en depresiones.
Y a los programadores de la televisión pública, ya saben: ¡váyanse a la mierda!