Como suele suceder con eventos de la magnitud del nivel de esparcimiento del Covid-19, el mundo ha comenzado a prestarle una mayor atención al desarrollo de la enfermedad como nunca antes en los últimos cuatro meses, desde sus primeros brotes en Wuhan, a pesar de que sus márgenes y el potencial de infección de esta nueva cepa de Coronavirus ya era grave en el marco de su despliegue al interior de la sociedad más numerosa del mundo: China. Es decir, sólo la presencia del Covid-19 en Occidente y la rapidez y la amplitud con la que éste se abre paso entre sus poblaciones ha empujado al resto del mundo, a través de diversos organismos multilaterales, a sobreestimar los efectos que el virus podría tener en el futuro, con el propósito no necesariamente de generar pánico entre las masas o de establecer un estado de emergencia generalizado y caótico, sino, antes bien, con el objetivo de anticipar escenarios y posibilidades en las que este virus se agrave, mute y se radicalice en sus efectos.
En ese sentido, más allá del claro eurocentrismo que permea la intelección de esta ya declarada de facto pandemia, que domina el grado de urgencia con el cual el mundo debería de responder a su avance, dependiendo del espacio específico y las poblaciones concretas a las que afecte, uno de los rasgos más interesantes de observar sobre la manera en que los gobiernos del mundo ahora reaccionan a su dinámica tiene que ver con los efectos que las cuarentenas decretadas para contener su esparcimiento tienen en la reproducción de la vida económica en distintas sociedades nacionales. Y es que, en efecto, a pesar de que el virus no tiene un nivel de mortalidad elevado (de los 118, 550 casos confirmados alrededor del paneta apenas se contabilizan 4, 262 muertes; esto es, menos del 0.4% de la totalidad), lo que es un hecho es que, en el imperativo de contener su despliegue y no arriesgar ninguna apuesta a que con medidas más flexibles de higiene resulte más mortal, los gobiernos de las sociedades hasta ahora más asoladas por la infección han optado por decretar cuarentenas y estados de excepción sanitaria como su medida más efectiva de contención y combate; y esa decisión, en particular, ha tenido como principal efecto el desacelerar los niveles de producción y de consumo habituales en cada Estado-nación en el que tiene presencia.
En lenguaje neoliberal, por ejemplo, lo anterior se traduce, únicamente en China, en una contracción del crecimiento de su economía doméstica del orden del dos al cuatro por ciento de su Producto Interno Bruto por cada cuatro meses que la infección mantenga activas en la vida cotidiana de la sociedad —sin considerar la producción y el consumo ya perdidos para este primer cuarto del año, derivados, tradicionalmente, de los festejos nacionales del año lunar chino. Ello, por supuesto, tiene su principal anclaje en las industrias y los sectores de la economía que se ven afectados de manera más directa por estar sustentados sobre la base de la movilidad humana (como el turismo, el transporte público masivo, eventos deportivos y recreativos, también de masas). Sin embargo, debido a que la ciencia médica aún no sabe con exactitud los vectores a través de los cuales se transmite el virus, y ello lleva a los gobiernos a instaurar cuarentenas generales sobre grandes porciones de la población nacional (ciudades enteras, por ejemplo), esos efectos que en principio son de carácter tan específico y concentrado han comenzado a desplazarse con rapidez y profundidad hacia el resto de las actividades de producción y de consumo cotidianos.